En El Navegante se marcan un artículo alrededor de una pregunta interesante: ¿y si la tecnología fuese ya suficientemente buena? Se basan en evidencias del mercado:
- Vista (la esperanza vende-máquinas-potentes, o último giro de tuerca de la «conspiración WinTel») ha sido un rotundo fracaso.
- El BluRay no despega. Y no me extraña. Verle los implantes de cabello a Travolta gracias a la alta definición no me dejaría disfrutar de la película.
- La tecnología de 64 bits no ha causado furor. Más bien al contrario: lo que ha causado furor son los netbooks, unos ordenadores portátiles de pequeño tamaño, ultraportabilidad a costa de solo ofrecer prestaciones limitadas.
- Los móviles han dejado de tener más prestaciones, ahora solamente se les está sacando más jugo a base de buenas aplicaciones.
Se preguntan si esto es porque ya no hay interés en las prestaciones (más gigas solo por fardar) o si se debe a las renovadas dificultades que tienen las personas a la hora de acceder al crédito.
Yo tengo dos pequeñas historias personales relacionadas y una reflexión al respecto. Hace un año compramos un portátil para casa. Ahora estoy comprando otro portátil porque con uno no tenemos ni para un diente. Y me sorprende ver que «los numeritos» son prácticamente los mismos que el año pasado: velocidad de procesador, RAM, disco duro, tarjeta gráfica, maldita sea, ni siquiera en WiFi hemos pasado del 802.11a/b/g. Con una maravillosa excepción: el precio es la mitad.
Hace 3 semanas compramos una tele de LCD, 32 pulgadas, todo muy mono, a mitad de precio de lo que costaban el año pasado. Al llegar a casa, decepción tremenda: la calidad de imagen de la pantalla es tan buena que se ve fatal. Ni la TDT (aquí se llama FreeView) ni el DVD están a la altura. De la Wii y lo penoso que se ve (a pesar de haber comprado el cable de componentes para «simular» HD) no quiero escribir que me pongo a llorar. Ahora cuando voy a hoteles me fijo en la calidad de la imagen y constato que no es mi tele: son todas.
Mi reflexión: hay dos tipos de avances. Están los incrementales y los disruptivos.
Los avances incrementales consisten en «mejorar poquito a poquito». Por ejemplo, hacer procesadores cada vez más rápidos basados en los semiconductores, a base de darle a los ingenieros de Intel u AMD lupas más gordas para que dibujen circuitos minúsculos en minúsculas obleas 🙂 (arquitectos de computadoras que me lean: ¡no me matéis por la simplificación, tomadlo como una parábola!). Por ejemplo, a base de esa miniaturización (y reducción de costes, y reducción del consumo energético) lograr que cosas inventadas (GPS, pantallas táctiles, procesadores pequeñitos…) quepan en un dispositivo de bolsillo con suficiente autonomía y precio razonable como para venderlos bajo el nombre de «teléfono» a millones. Estos avances incrementales tienen un techo natural: este se alcanza cuando ya no se pueden hacer más «encajes de bolillos», es decir, se ha utilizado la tecnología (o la física o la química) en la que se basan hasta el límite. Un ejemplo de dicho límite podría ser «la velocidad de la luz» o el tamaño de los electrones en el caso de los circuitos. Otro límite, en este caso biológico, sería la capacidad de reconocimiento de colores por parte de la rutina. Si solo distingo 21.000, ¿para qué necesito una pantalla que me dé 100 millones de colores?
Los avances disruptivos ocurren cuando en base a investigación fundamental se descubren cosas nuevísimas que «rompen» con todo lo anterior. El motor de gasolina de Daimler que acabó con las carretas a tracción animal. El reloj de cuarzo japonés que acabó con la hegemonía del tradicional reloj mecánico suizo. Y un largo etcétera.
Mi idea sobre este asunto es que los avances incrementales posibles se han agotado a la vez en un buen número de tecnologías. Ya no necesito para nada una tele mejor de la que tengo. Pero si me ofreciesen un proyector del tamaño de una cajetilla de tabaco que pudiese reflejar en una pared lisa y blanca una calidad de imagen de alta definición, sí me lo pensaría. Mi coche va suficientemente bien y no me lo pienso cambiar (puede ir a 250 km/h cuando el límite legal son 120 km/h, pero eso es tema para otro post) a menos que se acabe la gasolina y la única opción de usar coche sea un vehículo eléctrico alimentado con electricidad producida en una central eólica/solar.
¿Se acabó la obsolescencia en tecnología? Yo creo que no. Solo pasa que para mejorar lo más novedoso se necesita tecnología radicalmente diferente. Para desarrollarla, antes se necesitan buenas dosis investigación básica. Y esa, me temo, sí va a quedar «obsoletizada». Cortesía de dirigentes incompetentes sin visión de futuro, de una clase empresarial concentrada en los eneficios para hoy y no en el mañana.