El mes pasado nos fuimos de vacaciones a Liechtenstein. Así, tal cual, para visitar uno de los pocos países de Europa que nos faltan por conocer. Es un pequeñísimo país conformado en su mayoría por montañas alpinas y que disponde de solo un valle habitado, pero ¡vaya valle! El del Rin. Ahí están casi todos los municipios con cierta población: la pequeña capital Vaduz (6000 habitantes); y donde vive y trabaja la gente, Schaan – incluídos los cuarteles generales de LA multinacional liechtensteiniana, Hilti. El centro histórico de Vaduz se recorre a pie en 15 minutos, tiene una catedral, un extraño y moderno parlamento, unos cuantos museos, una oficina de tursmo, y allá en el risco de la peña que preside la localidad, el castillo de Vaduz, residencia oficial del Fürst (príncipe) y su familia.
Hoy en El Orden Mundial me encuentro este precioso reportaje sobre el país. Dentro de él, me llama la atención el siguiente alegato del Fürst ante la OCDE (2001) por las acusaciones de paraíso fiscal y en especial por el secreto bancario que rige en Liechtenstein y que tantos capitales atrae:
“un intercambio completo y mundial de la información supondría dejar a los ciudadanos completamente transparentes ante el Estado en todos sus asuntos financieros, obligados permanentemente —a diferencia del delincuente común— a probar su inocencia ante las autoridades. Las intenciones pueden ser buenas, pero la consecuencia lógica sería un Gobierno mundial, llamado OCDE, responsable ante nadie, excepto unos pocos políticos que manejarían los hilos en la sombra”.
Una no diría que un monarca absolutista de un paraíso fiscal donde supuestamente se blanquea dinero de todo tipo de origen iba a tener un discurso tan parecido a… ¿Anonymous? Este pensamiento me hace soñar con una versión del Cryptonomicon que sustituya el pequeño reino inventado de Kota Kinabalu. Y los cables submarinos a tender, que fuesen los de Telefónica…