Hace poco escribimos sobre el fiasco de Infonomía con la sinfonía del milenio versión iPhone, porque lo aprovechamos como ejemplo del riesgo que asume una organización cuando apuesta o invierte por una plataforma cerrada sobre la cual no tiene ningún tipo de control. Pues bien. Hace unos días recibí otro mensaje de la lista de correo de Infonomía, en la cual se informaba que la actividad del grupo dejaba de publicarse en su sitio Web infonomia.com (que se convierte en mero repositorio, imagen congelada de la actividad pretérita) y pasaría a desarrollarse en ¡un grupo de LinkedIn!
Hale, tropezando dos veces con la misma piedra. La información publicada en LinkedIn es de LinkedIn. ¿Qué parte de esa frase no se comprende? Ellos pueden hacer lo que quieran con ella: borrarla, modificarla, vetar a miembros. Pueden cambiar su modelo de negocio y convertir la membresía a LinkedIn en un acto de pago. Incluso podrían quebrar como empresa y con ella se iría a pique el grupo, al quedar sin un espacio para interactuar… Como saben nuestros lectores, este cortomirismo (=ser corto de miras) nos desespera. Desde aquí sostenemos que es importante controlar nuestra presencia en Internet, y no dejarla en manos de terceros que, como decimos, pueden hacer con ella lo que quieran. Y además, hoy en día tomar una decisión de ese estilo ¡no significa que nos convirtamos en un ermitaño digital! Hay maneras de relativa baja complejidad (=cero líneas de código) de integrar nuestro mensaje en las plataformas que hoy están de moda (y mañana ya se verá). E incluso si se tuviese que rascar un poquito de JavaScript o PHP para invocar las APIs de dichos servicios, ¿dónde está el problema para una empresa que se define a sí misma como proveedora de servicios profesionales de innovación?
Así nos luce el pelo. Somos un país donde el visionario no es capaz de pensar en pasado mañana y donde ser innovador es tener cuenta de Twitter y llevarla impresa en la tarjeta de visita.
¡Happy 2012, amiguitos!