Por mucho que los gurús de turno se empeñen en pronosticar que el número de Dunbar aumenta gracias a las redes sociales y otros insistan en que gracias a la realidad aumentada pronto nos vamos a convertir en cyborgs, la verdad es que hoy somos exactamente iguales físicamente a cuando pintábamos venados en las paredes de las cavernas, nuestro sistema constitucional no es tan diferente al que nació de revoluciones como la francesa en 1789 o la mexicana de 1910 (y que viva la Pepa entre medio) y nuestra moral resulta idéntica a la de la Europa pre-segunda guerra mundial. La tecnología avanza mucho más rápido que nosotros (como organismos biológicos y como sociedad) y por eso cada vez nos pasa más que avances científicos y tecnológicos nos resultan, por un lado, moralmente incómodos, y por el otro nos pueden a llegar a fastidiar gravemente el día a día.
Uno de ellos es el asunto de la persistencia de la información, otros le llaman el fin de la conversación efímera, y para explicarlo con un ejemplo breve se trata de que esa foto de una borrachera post-adolescente o comentario estúpido en un foro te persiga toda la vida y logre que no te den ese trabajo tan interesante al que te has presentado porque al buscar tu nombre con un buen buscador, esas referencias aparezcan bien arriba en la lista de resultados. (Versvs lo explica mejor que yo)
Pues parece que al fin nos estamos moviendo en una dirección que va totalmente en contra de la que dictó Scott McNealy hace unos años (resumen: aguántate, porque esto es lo que hay) y ya hay equipos diseñando «sistemas para olvidar». Del primero me enteré a través de un post de David. Se trata de Vanish, que por el momento permite poner fecha de caducidad a los correos electrónicos pero se podría extender a más ámbitos. Del segundo me acabo de enterar hoy a través de la MIT Technology Review. Se trata una tinta compuesta de nanopartículas que permiten programarla para que se borre pasado un cierto tiempo. Algo así como «los mensajes que se autodestruirán en 30 segundos» de los cómics de mi juventud. El hígado de los espías lo agradecerá: ¡se acabó el deglutir papelitos para guardar el secreto!
Si el cerebro no es capaz de mutar a la velocidad que requieren los avances tecnológicos, no está de más desarrollar trampas para que la información sea inaccesible. El cerebro sabe olvidar lo que necesita olvidar (y a veces lo que no necesita :P), no le torturemos con mensajes de hace años que igual son incómodos. Y no permitamos que nadie nos «torture» (o nos dé en la cara con la puerta que debía abrirnos un trabajo) por culpa de ellos. Todos esos avances me parecen pasos en la dirección correcta.
Es bueno dar una buena noticia de vez en cuando, ¿no crees? 🙂
¡Mucho! De lo contrario, de tanto leer y escribir (y leernos y escribirnos) sobre estos temas con una perspectiva ceniza se origina lo que los psicólogos llaman «polarización de grupo»: que vemos las cosas aún más cenizas de lo que podrían ser… es bueno intentar tomar tierra y plantar algún comentario positivo (que los hay!) sobre estas cosas 🙂
Versvs, creo que has acertado a descubrir el origen de ese comentario que tanto oímos… «¡sois unos paranoicos!». Ahora ya sé que contestar… nonono, se trata de un simple caso de polarización de grupo 🙂