Shenzen, ciudad meridional, es la viva imagen de la transformación de China. En 30 años ha pasado de ser un pueblecito de pescadores a una megalópolis de 12 millones de habitantes y centro high-tech del país.
El gobierno chino está experimentando allá un sistema de videovigilancia extrema: carnets de identidad con chips RFID, base de datos de ciudadanos exhaustiva, cruzamiento (data mining) con Hacienda y con Sanidad, y una extensa red de videocámaras, más de 200.000, capaces de detectar los rasgos. Centro de control donde si te apunta la cámara, se ve en pantalla tus enfermedades, tus deudas, tus delitos, el número de hijos.
Todo esto en un Estado donde hay represión, censura, nada de democracia y donde la pena de muerte se aplica alegremente a miles de personas cada año.
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