En esta nota de El País leemos que se ha desarrollado un algoritmo de búsqueda de olores que incluso hace plausible el sustituir a los perros entrenados en controles anti-droga por robots que desarrollen la misma función.
Este párrafo sintetiza muy bien qué es exactamente el avance realizado:
«El problema no es de detección, sino de inteligencia, porque las pistas olfativas del mundo real no forman trayectorias continuas: el viento las fragmenta, las esparce y las desordena. Científicos franceses y norteamericanos acaban de resolver el problema imitando la estrategia de los insectos: la infotaxis, un algoritmo que no busca la máxima concentración de la sustancia, sino la máxima información sobre su fuente.»
Y estamos en lo de siempre. Aun a riesgo de sonar reaccionaria, carca y apolillada, tengo que decirlo. Ojito con según qué cosas se inventen, si estos avances tecnológicos no van de la mano de avances similares tanto en la legislación, como en la definición de mejores prácticas del sector privado, así como en la psique colectiva de la sociedad, esa cosa que algunos le dicen «ética».
A mí el avance este me parece estupendo para la lucha contra el narcotráfico en ambas vertientes: la de atajar el tráfico y la de atajar la demanda de drogas ilegales (y que se adapte la legislación para que esta condición de legalidad o ilegalidad se ciña a lo dañino que sea el producto en sí). También me parece muy bien la detección de enfermedades a través del olor (han habido avances de detección temprana de cáncer mediante perros entrenados para detectar el olor de ciertas sustancias). Pero hay que asegurar que esos mismos mecanismos no son usados para subirme la tarifa del seguro médico privado, denegarme el empleo o no concederme un ascenso «porque según mi olor tengo más probabilidades de enfermar», y un largo etcétera de posibilidades que podrían destrozar mi vida… sencillamente por mi olor.
Lo que venimos diciendo: la privacidad es un derecho que hay que reclamar no «por llevar la contraria», sino porque por desgracia no todo el mundo tiene siempre buenas intenciones, los gobiernos, los criminales y las empresas los primeros, y hay tipos de información personal que, sin ser delictiva ni denotar que somos unos «joputas», puede ser usada en nuestra contra.