A veces me agota mi modo de ver las cosas intelectualmente hablando. Lo que tengo delante lo obvio, es conocido, me aburre, lo practico solamente bajo presión. Pero lo que está en la periferia del tema a tratar es otro cantar… me pongo a rascar, a investigar, a aprender más, y a medida que esa periferia se hace otra vez centro, vuelvo a rascar por los bordes… es el nunca acabar. A veces envidio el modo de ver las cosas no de los que se enfocan y sacan faena (esto ya es cuestión de disciplina, en ese aspecto yo completo muchísima y siempre a tiempo, aunque dijéramos que la cosa se pone «emocionante» hacia el final), sino de los que solo conocen una manera de hacer las cosas, se dedican solo a ella y la subliman hasta la perfección (o no). ¡Qué paz, qué sosiego, qué tranquilidad mental!
Y, no obstante, a mí me da por pensar precisamente que la perfección (aún incapaz de evitar el estrés y los apretones de vez en cuando) es aprender a «vivir arrebatados por el cambio», de buscar siempre lo lateral, lo oblicuo, lo marginal porque sabemos que es en los márgenes donde suceden cosas interesantes y no queremos perdérnoslo 🙂
¡Besines!
O quizá rascar por los bordes sea, como dice John Kay en Obliquity, el camino más corto.
Yo estoy contigo en que el margen es lo apasionante, pero tiene su precio: es inabarcable, pero lo intentamos, ergo es una batalla continua.