Artículo publicado en El Azotador de Xochimilco.
Como ya hemos hecho notar en esta columna en muchas ocasiones, los avances tecnológicos del momento están haciendo cambiar muchos de nuestros hábitos domésticos y de ocio. Por ejemplo, solamente los lectores que tengan más de 30 años habrán convivido con los discos de vinil, y probablemente todos los que cumplimos ya las tres décadas sufrimos una vergonzosa situación la primera vez que un CD cayó en nuestros: ¡preguntamos “cómo se le da la vuelta”! De la misma manera, los niños y adolescentes actuales no se les ocurriría ir a una tienda y comprarse un CD con la música de su grupo o cantante favorito. Lo más probable es que alguno de sus amigos le “pase” la canción deseada desde su celular o se la “cargue” en su reproductor MP3. Se comprarán el “CD pirata” si es que les sale barato, pero incluso si eso pasa, “ripearán” las canciones y las moverán a su reproductor MP3 para poder escucharlas en cualquier momento. Si no acaban de entender lo que les estoy explicando, tómenlo como una prueba más de la idea general que queremos ejemplificar: ¡la manera en que la música se vende y se escucha estos días ha cambiado enormemente!
Es por eso que resulta hasta cierto punto extraño que un cambio similar no haya sucedido en el mundo editorial. Desde la perspectiva del lector, podemos decir que hace muchos siglos que nada fundamental ha cambiado: un libro es un objeto con tapas y muchas hojas de papel, donde aparece escrita la obra. En la Edad Media una de las actividades más importantes de los monasterios era la copia de los libros realizada a mano por los monjes. Desde la invención de la imprenta en 1456, los libros se han publicado en cantidades industriales usando esa herramienta ideada por Johannes Gutenberg que permitió una gran automatización del proceso de producción. En la actualidad los libros son muchísimo más baratos y por lo tanto infinitamente más asequibles al público en general que en tiempos pasados, cuando solamente los clérigos y los nobles podían acceder a ellos. Pero en lo que respecta a su uso nada ha cambiado: a diferencia de lo que pasó con los CDs y los discos, que se quedaron obsoletos, un libro sigue siendo un libro, y leemos de la misma manera que los monjes en la edad media.
Esto nos puede extrañar sobre todo si tenemos en cuenta que en los últimos 20 años ha habido cambios radicales en la manera de crear el contenido de los libros. No sé si recordarán la gran polémica del escritor colombiano Gabriel García Márquez a finales de los años 80. En esa época “Gabo”, como se le conoce cariñosamente, cuestionaba que se pudiese crear literatura escribiendo en una computadora. En la actualidad es posible que sigan existiendo personas que prefieren la pluma y el papel, o la casi extinta máquina de escribir, para redactar sus ensayos, artículos o novelas, pero francamente están en abrumadora minoría. Las personas que tienen que escribir por cualquier motivo (diversión, profesión, para completar un trámite) prefieren (preferimos) la comodidad, proporcionada por la computadora, de poder repasar, retocar y corregir nuestros escritos sin tener que volver a copiarlo todo desde el principio, o tener que emborronar nuestros escritos con tachaduras y correcciones. Es decir, podemos afirmar que el contenido de los libros por lo general se crea en un “formato digital”: aunque se impriman, los originales residen en nuestras computadoras.
Así pues, si los libros nacen en “formato digital”, ¿por qué se comercializan en un formato tan tangible como es el libro impreso? ¿Por qué no se pueden descargar los libros de Internet, por qué no se pueden “pasar” de un teléfono móvil a otro, como sucede con la música? La realidad es que los libros digitales ya existen, pero no son de uso generalizado por una razón muy clara: leer en una “compu” no es una actividad agradable. Muchos ávidos lectores son capaces de leer en una sentada una novela especialmente interesante, eso sí, si no es demasiado larga. Si ese mismo lector intentase hacer lo mismo leyendo el documento electrónico que creó el escritor y que hizo a llegar a su editorial para que se usara en la imprenta, es prácticamente seguro que tras 45 minutos de mirar fijamente la pantalla tuviese que parar con un dolor de cabeza tremendo. La verdad es que hasta hoy no existe nada más agradable a la vista que el papel sin satinar para la lectura prolongada. Esto, y el hecho de que la lectura se ha convertido en un fenómeno eminentemente móvil (mucha gente lee en el transporte público o durante sus viajes de trabajo o de placer), hacen que un libro que quepa en la bolsa sea un objeto a día de hoy insuperable.
Esto podría cambiar en el futuro próximo gracias a los desarrollos tanto en informática móvil como en investigación sobre lo que se está comenzando a conocer como “papel electrónico”. El papel electrónico es en realidad un material plástico, un polímero, que respondiendo a determinados impulsos eléctricos hace que partes de su superficie se oscurezcan, formando, por ejemplo, letras. Sus características de contraste entre la parte clara y la parte oscura resultan ser muy similares a las de la letra impresa en papel mate, lo cual hace que leer durante tiempo prolongado en este nuevo medio sea tan agradable a la vista como la lectura de un libro. Podemos afirmar, pues, que en la actualidad ya disponemos de la tecnología para hacer realidad la transición al “libro electrónico”: somos capaces de producir computadoras del tamaño de un libro y somos capaces de dotarlas de una pantalla que sea tan agradable a la vista para la lectura prolongada como las hojas de un libro. Ahora solo falta la capacidad de producir estos dispositivos a un coste aceptable para la gran mayoría de la población para que su uso se generalice.
En la actualidad se están comercializando los primeros libros electrónicos. Tanto el gigante de la venta de libros por Internet, Amazon, como la empresa japonesa Sony, tienen ya a la venta sendos libros electrónicos. En el caso de Amazon, este dispositivo se llama “Kindle”, puede guardar 200 libros a la vez, dispone de conexión por móvil (cuya factura paga Amazon) para cargarle nuevo material de lectura (libros comprados en su página Web, a un precio de 10 dólares por libro) y su batería proporciona una semana de lectura constante antes de requerir recarga. Su coste es de 360 dólares y se puede comprar solamente en Estados Unidos. El dispositivo de Sony, llamado PRS-505, es muy similar en sus características, aunque requiere de una computadora para poder cargar libros, así como en precio, 300 dólares. Solamente está disponible en Japón, Estados Unidos y muy pronto en el Reino Unido.
Aunque suene muy práctico eso de poder cargar 200 libros en un aparato del tamaño de uno solo, hay que tomar este avance en la difusión de la cultura con un punto de desconfianza, pues el enfoque tomado en lo respectivo a la distribución de contenidos tanto por Sony como por Amazon es uno totalmente comercial y restrictivo: con estos dispositivos, resulta totalmente imposible una práctica tan natural para todos nosotros como es el préstamo de libros. No me refiero a las bibliotecas, sino a la sana costumbre de “pasarse” los libros entre amigos, familiares o compañeros de trabajo o de escuela, tan pronto como los hemos acabado de leer nosotros. Con estos libros electrónicos de Sony y Amazon solamente la persona que paga por una novela tiene derecho a disponer de ella en su libro electrónico. Y no es un misterio para nuestros estimados lectores que si ya es una lucha en nuestros países animar a nuestros conciudadanos a leer, pues más todavía lo va a ser cuando ni siquiera se pueda realizar a título personal dicha invitación a la lectura prestándole a un amigo un libro de temática que seguramente le va a gustar. No entendemos por qué la industria editorial no concibe una realidad clara como pocas cosas lo son: una persona que no lee jamás comprará un libro. Una persona a la que le gusta leer es posible que compre libros. Pero a nadie le gusta leer “como algo congénito”. El hábito de la lectura es algo que se tiene que adquirir mediante la práctica: leyendo, y para eso las personas desde siempre son introducidas a la lectura, primero en la escuela, y depués sobre todo gracias al préstamo.
Afortunadamente, existen otras empresas y organizaciones que sí ven una ventaja en los libros electrónicos y no ven una desventaja económica en que se fomente el hábito de la lectura. iRex, una sucursal de la compañía holandesa Phillips, comercializa su libro electrónico “iLiad”. Este dispositivo puede conectarse a Internet mediante WiFi (a diferencia de los modelos de Sony y Amazon, que solo permiten la conexión a sus respectivas tiendas online y desde países autorizados), permite cargar y descargar libros en su memoria sin ningún tipo de restricción. Al no ofrecer restricciones en lo que respecta al intercambio de libros, ya hay organizaciones que están desarrollando esquemas para que grupos de personas (clubs, compañeros de proyecto, amigos, familiares, etc.) sean capaces de compartir su material de lectura (no solamente libros comerciales, también ensayos y documentos de trabajo) mediante la conexión de Internet de la que dispone “iLiad”. Incluso hace las veces de pizarra electrónica, pudiendo dibujar o escribirse en su papel electrónico con un pequeño dispositivo de plástico que hace las veces de bolígrafo, y después grabar estos manuscritos y enviarlos a la computadora a través de Internet. Su coste es superior, 400 dólares, superior a los anteriormente descritos, pero sin duda su falta de limitaciones y su ambivalencia como libreta de notas electrónica bien valen la pena la inversión extra.
Es importante que estemos al día de los desarrollos tecnológicos, de sus usos y de su impacto en aspectos tan importantes para nuestra sociedad como son tanto la difusión de la cultura, como su restricción en nombre de los beneficios económicos de ciertas empresas. Una época de cambios como la que nos ha tocado vivir es una época de oportunidades solamente si estamos atentos, comprendemos dichos cambios y logramos que no salgamos perjudicados debido a ellos.
Los cambios suelen favorecer a unos y perjudicar a otros… y los dinosaurios de la industria editorial van a tener que sacarse un as de la manga para evitar la extinción.
Ya veremos cómo evolucionan los acontecimientos.
Totalmente de acuerdo – y refuerzo mi afirmación: hay que estar atento a los cambios para no salir «escaldados». La posición de las editoriales de «rechazar el cambio» puede funcionar los primeros años debido a su actual posición de fuerza, pero después se verán golpeados por un tsunami que les llevará a la extinción si no espabilan.
Saludos y gracias por el comentario 🙂
me gustaría que conocieran un proyecto sin animo de lucro llamado el libro total, http://www.ellibrototal.com este es un nuevo concepto de libro digital que ya tiene en su interior más de 1’400.000 paginas digitales, les recomiendo que vean este video que explica un poco el concepto del libro total: http://www.youtube.com/watch?v=K8pfADxiIVs
Hola, anónimo: muy interesante concepto. En vuestra página Web no encuentro información adicional acerca del proyecto. Si quieres explicar más, puedo publicarlo en el blog. Saludos.