México y Barcelona, a la vanguardia en la implantación de chips a personas
México y Barcelona tienen el dudoso honor de ser las ciudades de referencia en la lastimosa práctica de implantar chips a seres humanos.
En marzo del 2004, en la autoproclamada capital europea de la diversión, Barcelona, la discoteca Baja Beach Club anunció un nuevo servicio a sus socios y clientes más asiduos: la posibilidad de implantarse en el brazo un chip de identificación que también hace las veces de tarjeta-monedero para así disfrutar de ventajas como entrar directamente sin hacer cola y pagar las copas solamente acercando el brazo a la caja. El primero en implantarse el chip fue el dueño de la discoteca, Conrad Chase, y dicen las malas lenguas que el fortachón individuo prácticamente se desmayó de la impresión al recibir el tremendo pinchazo – el chip, más grande que un grano de arroz, se implanta mediante una inyección.
También en 2004, en México, el entonces Procurador General de la República, Rafael Macedo de la Concha, anunció que para mejorar la seguridad de los accesos a documentación confidencial, se iba a proceder al implante de chips a los empleados de la Procuraduría que requiriesen acceso a los archivos donde se guarda dicha información, en total 18 personas incluyéndose a sí mismo.
Pero, ¿qué es esto del chip implantado en el brazo? ¿Para qué se utiliza habitualmente? ¿Para qué sirve? ¿y qué problemas puede dar?
Desde hace ya una década se está desarrollando una nueva tecnología llamada RFID (identificación por radiofrecuencia), que consiste en un chip que contiene información y que puede ser leído a distancia. Parecería que es lo mismo que un código de barras como los que se encuentran en los productos en el supermercado, pero en realidad es muy diferente. Un código de barras no es más que eso, un número codificado mediante unas barras verticales que se pueden leer con un dispositivo láser, el lector de código de barras, si logramos que el rayo pase por encima de las barras verticales. Un chip RFID en cambio puede guardar muchísima más información que un simple número (podría guardar su nombre, dirección, teléfono, y hasta una fotografía suya) y además con el lector adecuado se puede acceder a su información a varios metros de distancia.
En principio se pensaba utilizar esta tecnología para sustituir a los códigos de barras en los supermercados, pero como ustedes bien saben, desde el 11 de septiembre del 2001, con la excusa de la guerra contra el terrorismo, los gobiernos se han dedicado con ahínco a idear maneras de controlar la libertad de expresión y de movimiento de sus ciudadanos, y el marcar a las personas para poder identificarlas en cualquier momento ha sido desde siempre la mejor manera de lograrlo. En este contexto, una empresa llamada VeriCorp vio una tremenda oportunidad de negocio y desarrolló un encapsulado especial para poder introducir el chip en cuestión de manera, según ellos inocua, en seres vivos. El resultado es un chip llamado VeriChip, y tanto el señor Conrad Chase, empresario del ocio nocturno, como Macedo de la Concha, ex Procurador de la República, llevan uno de ellos en sus brazos desde el 2004, el primero por un motivo totalmente frívolo, el no requerir de billetes para pagarse los tragos, el segundo con el ¿loable? empeño de mejorar el control de acceso a información confidencial, pero que sientan un precedente peligroso.
No es solamente al mal trago del pinchazo a lo que se enfrentan los fanáticos de esa discoteca si deciden implantarse el chip, o los 18 empleados de la PGR si desean conservar el puesto de trabajo – por mucho que la implantación fue voluntaria, si tu desempeño requiere acceder a los espacios restringidos a usuarios del chip, ¿qué iba uno a hacer?-. En primer lugar, los implantes de RFID, pese a haber sido aprobados para uso humano por la estadounidense Food and Drugs Administration, equivalente a la Secretaría de Salud, no son inocuos. Contienen vidrio y metal, así que si lleva uno de ellos, olvídese de someterse a estudios de rayos X o a radiaciones como resonancias magnéticas, porque se le puede freír el chip dentro del brazo y quemarle. También existe el riesgo de que el implante, una vez dentro del brazo, se mueva y se coloque quién sabe dónde (esto es serio, pues si el chip se va a niveles más profundos, su extracción no será sencilla sino que requerirá una operación quirúrgica). Sobre el supuesto de que la cubierta de cristal se rompa estando dentro del brazo, algo que sucedería gracias a un inoportuno golpe, no se ha dicho nada tampoco.
Pero hasta eso no es lo más grave. Con un implante RFID como el VeriChip, usted llevaría en el brazo un dispositivo que se encarga de anunciar los datos personales contenidos en el chip a todo aquel que disponga de un lector de dicho chip (estos lectores se pueden encontrar en tiendas de electrónica especializadas por unos cientos de pesos). Piense lo que pasaría si se llegase a una situación en que los implantes de RFID se vieran como “normales y beneficiosos”, y a todos los ciudadanos se nos implantase uno. Verá lo felices que se sentirían en las bandas de rateros si paseando por un centro comercial cualquiera con un aparato electrónico que bien puede asemejarse a un celular pudieran detectar a distancia la presencia de personajes públicos, con un saldo bancario importante, etc. También imagínese lo contentos que estarían los cuerpos de seguridad de un Estado represivo si ese dispositivo electrónico les avisara de la presencia de alguno de los activistas políticos que tienen como misión detener. Los implantes RFID nos conducen de cabeza a un mundo terrorífico en que los ciudadanos estaríamos totalmente desprotegidos ante los malhechores, y ante los abusos que los gobiernos pudieran cometer.
Además, la tecnología RFID todavía no está lista para utilizarse en aplicaciones tan delicadas como la identificación de personas o el control de acceso a zonas restringidas. Científicos de todo el mundo han demostrado, por ejemplo, lo sencillo que es “clonar” (hacer una copia perfecta) del VeriChip. Es decir, si el VeriChip es el único mecanismo de control de acceso a los archivos, entonces el acceso a los documentos confidenciales de la PGR es tan sencillo como seguir en el metro a uno de los 18 funcionarios con implante, hacer una lectura a distancia de su chip, copiar su información a otro chip, e implantar esta copia en otra persona. Sencillo y barato: 20 dólares en equipo electrónico, y los dos pesos del boleto del metro.
¡hey! ¡Enhorabuena por el artículo!
¡Te vas a hacer famosa!
No creas. Los pobres lectores de El Azotador llevan año y medio aguantando mis artículos cada 15 días 🙂
Es la marca de la bestia el que no la reciba no podra comprar ni vender, pero si la recibes seras condenado. lee apocalipsis y busca en google las palabras verichip y marca de la bestia.