Publicado en periódico El Azotador (Xochimilco, Ciudad de México) en 2011:
Nuestros lectores recordarán el entusiasmo con el que les hablamos en ocasiones anteriores sobre el lanzamiento de productos de Apple que consideramos tan innovadores, que de hecho representaron un antes y un después en su categoría, como su famoso teléfono iPhone. Hace unos meses, Apple volvió a sacudir el mercado con la introducción de su dispositivo “tablet”, el iPad, una especie de computadora portátil sin teclado, del tamaño de un papel tipo carta, y cuya pantalla proporciona una resolución y calidad de imagen no vista hasta la fecha en aparatos para el consumo masivo, pero este hecho no produjo un artículo entusiasta por nuestra parte. Esto no es un hecho fortuito.
Efectivamente, el iPad incorpora tecnología no vista hasta la fecha. Su lanzamiento comercial en abril de 2010 fue un éxito, provocando el pánico habitual y las coloridas y pintorescas filas nocturnas a la puerta de sus establecimientos, puesto que todos los auténticos fans de Apple quieren ser los primeros en poseer sus inventos, y el índice de ventas no deja de subir, colocándose por encima de los 20 millones a nivel mundial desde su lanzamiento hasta fin de año. ¿Por qué, pues, no nos gusta a los expertos?
Los “tablets”, u ordenadores estilo pizarra, sin teclado, suponen un cambio de paradigma en la computación personal y en el uso de Internet. La red de redes, la Web, nació como una plataforma para compartir información (científica en su origen, pues se inventó en el Laboratorio Europeo de Física de Partículas en Suiza, pero de toda índole una vez todos comenzamos a utilizarla), las computadoras domésticas han servido para que millones de personas generen contenidos: ya sea haciendo la tarea de la escuela, escribiendo los eventos del mes en el boletín enviado a sus familiares que viven lejos, compartiendo una foto de los sobrinos para la tía que vive en otro continente. Todo ello acciones que requieren de un mecanismo cómodo para introducir información, para escribir, es decir: un teclado. El iPad también se podría definir como una laptop a la que precisamente le han arrancado dicho dispositivo. El resultado: una bellísima y capaz computadora que sirve principalmente para convertir a su propietario en un objeto pasivo, en un mero consumidor de entretenimiento. Si tienen ocasión de convivir con personas que posean un iPad, obsérvelos: en un 95% de las ocasiones estarán viendo una película.
Si esta tendencia prospera, y las personas solamente usan la Red para idiotizarse, perderemos una oportunidad única para la generación y compartición de conocimiento. Internet se convertirá en una burda copia de los sistemas tradicionales de comunicación masivos (radio y principalmente televisión) en cuanto unos pocos son los que deciden los contenidos que pueden ver los demás. Perderemos la libertad de decidir qué queremos y qué no queremos ver, de qué manera nos queremos informar… y además quitaremos el potencial de poder de la información que la estructura variada y distribuida de Internet nos podría conceder, y se la devolveremos a los grandes grupos de la comunicación, que gustosamente continuarán ejerciéndola.
Es por esto que el éxito de un nuevo producto novedoso que incorpora innumerables desarrollos tecnológicos como es el iPad se nos antoja un fenómeno preocupante.