En la prensa tradicional están preguntándose por qué falló el sistema que se supone que debía haber protegido a la señora de Pontevedra asesinada por su expareja, supuestamente vigilados agresor y víctima por pulseritas GPS.
La pregunta venderá periódicos pero no es la que ayudará a que más personas en situación de riesgo salven la piel. El problema es mucho más importante, y que yo sepa todavía nadie lo ha cubierto. Nosotros lo hemos dicho muchas veces. Hay problemas que no se solucionan a base de echarles dinero y tecnología encima. El asunto de la videovigilancia es un ejemplo claro. A pesar de lo que nos hagan sentir, los datos “cantan”: no hay una relación directa entre la reducción de tasas de crimen y la instalación de cámaras de videovigilancia. De hecho, hay oficiales de la policía británica que han tenido dos narices, han dado un paso al frente, y han dicho clarito que todo ese dinero invertido en cámaras se podría haber gastado en mejorar las condiciones de trabajo de los agentes, tanto en la oficina como patrullando en la calle con la convicción de que esto sí hace algo por mejorar la seguridad de la población.
¿Por qué afirmamos que sin camaritas, sin pulseritas, y sin chips defectuosos en el pasaporte la seguridad mejora? Pues porque dichos artilugios nos dan una sensación de falsa seguridad. En algunos casos porque debido al puñetero marketing, se afirma tantas veces que la tecnología es infalible (chip del pasaporte) que el agente fronterizo se relaja. “Si tiene chip y se lee bien es un pasaporte pata negra, no tiene sentido que me esfuerce en averiguar si es un documento falso”, piensa él, porque su estado se aferra cabezonamente a la idea feliz de que “es un sistema seguro” y así se lo hacen saber. En otros, por puro fenómeno psicológico. Si el sentido común dice que no saques a pasear el perro por el parque cuando se hace oscuro, el ver esas flamantes y ubicuas cámaras blancas apuntando a todas partes podría dar la impresión al ciudadano de que “la policía está vigilando”, de que los carteristas y violadores ya no operan allá, de que es seguro pasear por allá a esas horas. ¿¿Estamos seguros de que es seguro??
Este caso de las pulseritas desgraciadamente es otro ejemplo. ¿Reagrupar a personas amenazadas, asignarles unos agentes que ronden su domicilio, hacer llamadas frecuentes para ver qué tal va todo? No hombre, no, qué antiguo suena todo eso. Mejor le ponemos una pulserita GPS a futuro agresor y futura víctima “y ya sonará una alarma en la central”. Central, por cierto, que ha sido diezmada de agentes porque claro, “con la pulserita de marras conseguimos un aumento de eficiencia de tanto por cierto, lo cual significa que sobra personal”, así que, pite o no pite la alarma, ¿habrá agentes disponibles para desplazarse a todos los rincones de la geografía española donde un potencial agresor se esté acercando a una potencial víctima? Lo dudo mucho.
Parafraseando a Gabriel García Márquez, esto de Pontevedra no ha sido más que la “crónica de una muerte avanzada”. Muerte por exceso de tecnología.
Aparte de darte la razón en tu comentario y sin querer ser banal… ¿donde ha estudiado periodismo el redactor del artículo de El Mundo?
«El interno de A Lama se desplazó sobre las 17.00 horas de ayer a la parroquia de Mourente, en Pontevedra, de donde era natural, a la casa de su ex mujer para vengarse. Afortunadamente, ésta última no se encontraba en su domicilio y Maximino se dirigió a la vivienda de unos vecinos,…»(sic) porque «afortunadamente» ya estaba muerta tras haber sido asesinada en el domicilio que compartían en Ponte Caldelas (Pontevedra).
Licenciado en Periodismo en la facultad «Copy & Paste». Tiene mucho prestigio ya que un creciente número de profesionales estudió en ella.
Rectifico (y me la envaino agachando las orejas): la fallecida era la actual novia del «presunto» y la «afortunada» era (y es)la exmujer.
Mea culpa y me apunto al cursillo de «no es bueno leer a saltos y con prisas …y menos si es para objetar».
¡Yo también me apunto a ese curso!